Es fácil caer en el cinismo de escuchar, una y otra vez, la sentencia: "La Agilidad ha muerto." Sin embargo, esta frase lapidaria no evidencia el fracaso de la filosofía Agile, sino la dolorosa agonía de sus imitaciones más superficiales, implementaciones vacías de propósito y ejecuciones erradas.
La auténtica Agilidad nunca fue un conjunto de rituales cosméticos ni un mero marco de trabajo rígido. Es, en esencia, una mentalidad de aprendizaje continuo que tiene tres pilares innegociables: colaboración genuina, adaptabilidad radical y, sobre todo, el foco inquebrantable en las personas. Cuando este núcleo se disuelve, surgen los anti-patrones que erosionan su credibilidad y disparan el escepticismo.
El problema real no reside en la filosofía Agile, sino en el uso cosmético y desvirtuado que se hace de sus principios. Cuando una organización lo adopta como un simple eslogan para aparentar modernidad o lo implementa de forma rígida y dogmática, despojándolo de sus valores, el fracaso es inevitable.
Estos errores no son una sentencia de muerte, sino una poderosa llamada de atención para desmantelar las malas prácticas y regresar, con urgencia, a la pureza de sus raíces.
¿Estamos dispuestos a rescatar sus raíces?
Es lamentable escuchar frases como «la Agilidad ha muerto», especialmente cuando lo que evidencian no es el fracaso de Agile, sino el impacto negativo de implementaciones superficiales, erradas o vacías de propósito.
La verdadera Agilidad no se limita a ceremonias o marcos de trabajo. Es un camino de aprendizaje continuo que prioriza la colaboración, la adaptabilidad y, sobre todo, el foco en las personas. Cuando esto se olvida, es cuando surgen malas prácticas que dañan su reputación y generan escepticismo.
La Agilidad sigue viva y potente en todas aquellas organizaciones que:
El problema no es Agile, sino el uso cosmético y desvirtuado que se hace de sus principios. Cuando las organizaciones aplican «Agile» como un simple eslogan para aparentar modernidad o lo implementan de forma rígida, sin valores ni propósito, fracasan. Sin embargo, estos errores no son una sentencia de muerte para la Agilidad. Más bien son una llamada de atención para regresar a sus raíces.
Estamos en un momento clave. La Agilidad se encuentra en una segunda vuelta más fuerte y adaptativa, donde es necesario reforzar sus fundamentos:
Agile no ha muerto. Está evolucionando para ser más potente y adaptarse al mundo actual. Su impacto sigue siendo transformador cuando:
Se practica con integridad y respeto por los valores ágiles. Los líderes sirven a los equipos, brindándoles autonomía y claridad. Se fomenta un entorno donde las personas encuentran propósito y felicidad.
En palabras de Jeff Sutherland, debemos aspirar a un “Extreme Agile”, con equipos ágiles de alto rendimiento, ciclos cortos y la capacidad de liderar el cambio de manera disruptiva.
En lugar de declarar la «muerte de Agile», es momento de hablar de su evolución y de cómo la innovación, el pensamiento disruptivo y la inteligencia emocional están dando forma a una Agilidad más consciente, potente y humana.
Eventos como AGILE DISRUPTIVO nos inspiran a ir más allá de las prácticas habituales, integrando la creatividad, la filosofía y la IA en una visión de futuro sostenible. Porque Agile no solo se trata de hacer, sino también de ser:
Agile sigue vivo. Lo que muere son las implementaciones sin propósito, alejadas de sus valores y principios. Las organizaciones que lo entienden y lo aplican con autenticidad están construyendo un futuro más colaborativo, humano y sostenible.
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Juan Palacio 13/10/2025 17:55
Jorge Sánchez López 14/10/2025 08:07